Mamá me suelta: «¿Y tú qué crees, que la vas a salvar?». Mamá me deja balbuciente.
Asfixia entre dos signos de interrogación todos mis apegos, la náusea, el miedo. La raíz: pensar que si salvo a una persona que nunca tiene el mismo rostro que la anterior pero que es siempre la misma puedo prevenir el abandono, detener la caída, retener la mano que me empuja.
La sensación constante de tener que probar que merezco que se queden.
Mamá, no me hagas preguntas que me duelen.